La ciudad de tiempos pasados albergaba en su territorio espacios destinados a proveer lo necesario para la vida de una sociedad, incluidos su cultura y sus esparcimientos. Hoy la necesidad ha cambiado de signo y luce un rostro hereje y complaciente
Se aloja en espacios dramáticamente connotados, claustros del consumo que albergan los sueños y las obsesiones de las gentes, textos recurrentes que se reescriben continuamente en los que siempre falta una letra sobre la que se vuelve, la de lo que aún falta y seguirá faltando, y que retorna como un destino, espacios donde todos somos prójimos tan parecidos y repetidos, voyeurs a ciegas con la mirada exasperada clavada en un deseo unánime compartido, un ritual en el que cada uno es el protagonista inconfeso y al mismo tiempo el espectador de la misma escena colectiva, transeúnte de la misma travesía, de la misma mirada que se fragmenta entre lo que mira y lo que cree ver, una esquizofrenia que hoy nos constituye donde el ojo es un testigo silencioso que cuelga de la mirada
La ciudad se vive expansión, multiplicación, comunicación diseminada, banalización. Es la fuerza diluida de un sentido que se ignora. Cada espacio urbano, prisión de deseos inducidos que se recuestan sobre lo ilusorio, remite a otros y esa es toda su razón de ser. Circulamos en una gran plataforma de exhibición como actores ignorados de los íconos que nos interpretan. Ellos son nuestras máscaras, enigmáticas, a la vez seductoras y atemorizantes, nos cautivan pero también nos dominan, y son los que pueden hacernos vivir ese otro nivel de realidad tan anhelado, tan diferido. Su inexistencia goza de una existencia imaginaria que convive entre nosotros. Nuestro mundo se desdobla en mundos imaginarios, nosotros nos desdoblamos en seres imaginarios. La realidad es una ficción o mejor aún, la ficción es nuestra realidad. Una totalidad estallada. Una mismidad esparcida
Y olvidamos la ausencia, la incompletud, el resto que resta
La ciudad supo ser la forma de la humanidad pero el Hombre es la incesante alteración de las formas de la humanidad
Transitamos como hábitos del mirar. La cultura que habitamos, reino de la cantidad y la repetición incesante, se vuelve ojo del ojo, segunda retina que aniquila el ojo. Es el ojo estetizado, emblema de la sociedad actual. El mundo se abraza a sí mismo, se repite sin pausa a través de los gestos de contemplación absolutamente pautados de las costumbres contemporáneas. El sujeto moderno lleva toda una vida detrás de los ojos, está exiliado en sí mismo, como si sus ojos se hubieran dado vuelta para mirar nada más que en sus cuencas
Todo está a la vista y solo reivindica lo que ya existe. La exhibición es todo y todo pasa a ser lo mismo. El espíritu muere abrazado a la tautología. La sociedad no se permite el vacío que se inflama de siluetas producidas, objetos de deseo, que a poco se convierten en ecos devaluados, auras quebradas. Desaparece lo otro en lo mismo como un velo que cubre la banalidad de la apariencia y que se instala en la cultura como marca registrada a través una mirada perversa que se vive natural
Cada cosa que vemos, por más neutra que sea su apariencia, se vuelve ineludible cuando la sostiene una pérdida y desde allí nos mira y nos asedia. Hay que “abrir los ojos” para experimentar lo que no se está viendo. Ver es sentir que algo se nos escapa inevitablemente, o sea ver es perder, ir detrás de una semejanza perdida. Todo está allí, en esa ausencia en la sombra de mi reflejo
Es difícil reconocerse en una escena que siempre suena como en un alma lejana. Una reverberación como un susurro, un déjà vu. Nos vemos siempre envueltos en significados actuando en secreto nuestras identificaciones, actuando simbólicamente los mandatos que nos dictan y que nuestros cuerpos encarnan. Son las máscaras que sostienen la propia imagen que seduce y nos seduce, pero el yo está siempre en otra parte, actúa lo que no es, se esfuerza por ser “yo” lo que es “otro” enganchado a lo ausente sin reconocerlo. Vivimos la desorientación, esa experiencia en la cual ya no sabemos exactamente qué o quién está frente a nosotros, una desorientación de la mirada como un desgarro del otro, de nosotros mismos y en nosotros mismos, y la extrañeza de ignorar si ese lugar hacia dónde vamos no es la misma prisión interior de siempre. Es el desasosiego de lo perdido, una fisura que es a la vez posible apertura
Siempre quedan testigos – convidados de piedra - para quienes ver abre un vacío que los mira y los provoca, un entre, una tercera instancia de la visión, ese resto que queda siempre al margen de toda coincidencia, la alteridad. Es la invisibilidad de lo visible
La posibilidad de lo invisible como escena es la mirada, más allá de lo que cada uno ve, un ojo que se excede a sí mismo. Una mirada indirecta que no se confunde con la cosa mirada. Toda puesta en escena es un hiato entre lo visible y lo invisible pero también es el ojo en el que se sostiene lo visto, el resto de una mirada, su resonancia interior, la presencia de lo ausente, una alusión de lo que falta, es ese silencio que impregna a lo que acontece, eso que nos interpreta y nos hace protagonistas de un evento que habla por su cuenta, actores ignorados de una obra inexistente
Todo decir cava el hueco de lo que calla
Hoy los individuos son buceadores de anclajes efímeros, transeúntes perplejos y perdidos, precarios intervalos entre los ardides del espíritu contra la muerte que viven un presente eterno, estetizado, y que visten su propia ausencia de oropeles, peregrinos profanos de absoluto manoteando en un vacío donde arrojar el discurso que los habita, prisión de mandatos velados que los identifica, los dicta y los representa
Estamos mediados por nosotros mismos a través de una red de conceptos que llamamos realidad y que no son más que sistemas aglutinantes que nos alojan y que alojamos con total ingenuidad. Una identidad reificada
Miramos y no vemos
Lo esencial es saber ver
Saber ver sin ponerse a pensar
Saber ver cuando se ve
Y no pensar cuando se ve
Ni ver cuando se piensa
Decodificar todo el mundo para ver el aparecer. Un ojo sin historia
Setiembre 2017