Nos engendró la sospecha, dimos un paso no-más-allá y hoy nos desvanecemos en la diseminación
Hoy también somos testigos de que el autor ya es una figura casi en extinción. La red al copiar, injertar, tejer, destejer, yuxtaponer, lo ha despojado de su soberanía, así el texto singular se ha independizado de su supuesto autor y de cualquier otro que pretenda adjudicarse su autoría. Esta ausencia rompe el límite del texto, impide su cierre, su totalización. El origen se disemina y se da en una multiplicidad irreductible
Los textos, ¿se conectan por nexos que son itinerarios o son encuentros, inspiraciones e influencias que trascienden el ego?
Con cuántos textos a la vez hemos compartido la escritura de los textos que leímos?
Sin embargo, hay una mirada insobornable en el silencio, un ojo virgen que ve dentro de la misma oscuridad no empañada de lenguaje, un mundo desnudo, intocado de significación, un mundo mudo donde se apoya lo dicho, un cosmos liberado de la palabra, un territorio de silencio
Pero el mundo reclama su habla, es como si dispusiera en silencio de ese sentido mudo, y como si lo propio del lenguaje en el antes que precede a toda significación fuera recoger ese sentido mudo de las cosas, llevarlo a lo explícito y conducirlo a lo que luego devendría sentido del mundo
Pero significado y significante han sido fatalmente separados, media entre ellos una distancia, un continuo diferirse, y el sentido, indecible, ha devenido infinito deslizamiento de sentidos. El texto se ambigua, se fuga sin interrupción y se desarticula por el flujo de la improvisación que revela lo esencial. La escritura resta como huella, como ausencia de algo que allí estuvo en otro tiempo y que no obstante aun persevera en el presente
Nuestro lenguaje habita sobre aquello que está antes de lo que nos diferencia de los demás, comienza en la frontera entre el mundo y la palabra, en el murmullo anónimo, en un balbuceo impronunciable, en el no- comienzo del lenguaje donde hallarán su lugar todos los sujetos, los yoes, los significantes, y se alojará todo lo que haya qué decir sobre el mundo
Hay palabras que devoran el mundo, no lo nombran, se apoderan de él, lo cristalizan, y hay palabras que respetan el secreto de las cosas y las devuelven a la tierra, se ponen en consonancia con la necesidad de recuperación permanente del habla de las cosas mismas. El lenguaje deja de ser así comunicación para ser mostración, irradiación. Las cosas no están escritas, apenas están ahí en perpetua creación, como las raíces y las flores, el amanecer y las espinas, infinitas, un continuo aparecer, el gestarse constante del mundo, lo real que nunca acaba de constituirse
Hay un lugar de ambigüedad en la escritura y es allí donde la inseguridad del pensamiento, su hálito improvisado, refleja el ir vacilante de la misma realidad, un tanteo constante para alojar lo inabarcable, lo real, ese puro acontecer
Al escribir ensayamos puntos de fuga, modos de la distancia.
Es la perplejidad de encontrar ese punto, ese murmullo en la garganta que no coincide con la letra, ese decir lo inefable, fundirse en la ebriedad del momento creador, el vértigo autista que intensifica la soledad del artista cuando deja ir su obra
Escribir es devenir intensidad, quebrar la continuidad, abrir espacios, plantar abismos, abrir sendas a la alteridad
Mis amigos saben hasta qué punto vivo retirado, no por rendir un culto inconsiderado a la soledad; sino porque cualquier trabajo de escritura aísla a quien a ello se consagra y le encadena, allá donde esperaba salvarse
La escritura se reconoce en la anarquía propia del espíritu desprendida de la letra acomodada del decir anterior, es la incrustación no voluntaria de lo heterogéneo en lo homogéneo y es allí donde lo que damos por real se despeña
Hay quienes pueden contemplar el reino de lo imposible donde el poder no llega, son los seres que padecen una soledad esencial de esas incapaces de constituirse en un mundo
Escribir, un apartarse del ruido del mundo, un exilio en la tierra baldía del yo, un aislamiento ontológico, un quebranto de todo lo anterior, un espacio de cara a cielo abierto donde acoger lo imprevisto, la captura de un destello, lo que puede perderse solo a condición de perderse, un decir que no esconda ni revele sino que signifique y al mismo tiempo no-signifique, partiendo de las palabras casi al borde de su mudez, un decir que se aloje entre la presencia y la ausencia para que lo real respire bajo la piel de la palabra, desenterrando del fondo del cráneo una construcción fuera del tiempo de los hombres, poderosa e inalcanzable
Las creaciones más soñadas ocurren en fructíferas tierras de nadie, en zonas donde la obra es algo contingente y alejado de la necesidad
Escribir, entrar en un devenir, un movimiento de desterritorialización, de abandono de toda estructura identitaria para ingresar en una zona de indiscernibilidad con un afuera siempre creciendo. Un afuera como la vastedad del espacio
Hay un ir- hacia sin nombre
Un más-allá-acá que rompe
La clausura de la carne y la noche del sentido
Un puro olvido
La espera de lo desconocido, máscaras de la incertidumbre, señales y gestos de lo extraño, esa inquietud por alcanzar el antes de la palabra, errar en la nada de la significación, una palabra infinita reinventada en la demanda de la escritura
El hombre necesita mirar en sus abismos ya que lo real trasciende cuando deja de ser lo cierto y consolidado, cuando no busca respaldo en la obviedad, cuando salta por encima de la trivialidad
Quién contará el calor del grano de arena o su nocturna frescura? Son variaciones diarias de temperatura de lo real
La singularidad de la escritura se mide por la resonancia que su lenguaje encuentra al contacto con la existencia como realidades desnudas que transmiten el fulgor de lo inalcanzable, el eco de una inasequible fuente subterránea, y que hoy se halla en los lindes de una cortina de humo que borronea lo que quiere contar y sobre todo lo que el lector corriente esperaría -no así los amantes del lenguaje como aventura de sí mismo - recibiendo en cambio probabilidades inciertas inmersas en discontinuidades asincrónicas, una sintaxis pulverizada y frases dilatadas por una morosidad que a veces se siente obsesiva, una estructura descentrada, inacabada, como algo que nunca se alcanza, algo que se encuentra en la pérdida y se pierde en el encuentro. Un mundo como caos donde ya no hay pivote. Un eco acrónico, polvo de mundo en los márgenes de la escritura
Noviembre 2017