Es allí en la delgadez de ese límite donde se manifiesta el relámpago de su paso. Brilla de un destello que no dura
Hay toda una escritura secreta, ajena y
subversiva en torno al umbral - ese espacio-tiempo entre un mundo en exceso y
un exceso de mundo - que rechaza la simplificación de la vida, enfrenta y afronta
la exuberancia del tiempo, de la creación, de la poesía, en un estado de
auténtico desarraigo, de permanente inquietud. Es un tajo en el devenir capaz
de romper con la ilusión de la duración, quebrantar la realidad. Un presente
vivo, abierto
Vivir en la cotidianidad implica deseos
incolmables que fundan el más-acá del hombre y su dolor inextricable. Su más-allá
habita la ausencia, la herida de donde provenimos, un exceso de intensidad, una
codicia de sentido. Y la poesía es un acceso a ese sentido ausente
constantemente dilatado, que más que acceso al sentido es un acceso de
sentido
la flecha toca en la noche una cosa
que se vuelve su blanco
un sentido somos
ávido de signos
Aparecemos en el vacío de los signos y
envolvemos la herida de mundo, pero la realidad está quebrada. Lo Real es la
llaga, el desgarro y querer suturarla es abdicar del destino trágico, que se
filtra a través de las fisuras que olvidamos sellar. La poesía nos estrena los
ojos, pone entre comillas a la realidad y suspende la obviedad de nuestro a
priori del mundo. Es un intervalo entre la carne y el tiempo, un gesto cargado
de destino que vive de la lucidez desapegada de todo. Es la herida que no
cierra, la excedencia que abre, y al igual que el destino trágico, es
fatalmente ajena a cualquier intento de cuestionarla, un escándalo permanente,
una pregunta siempre abierta. Ser en la herida es el modo de ser trágico. Ser
en la excedencia es el abrirse del poema
No escribimos más que de la ausencia. La palabra está sobrecargada de nada
Toda la existencia sirve a lo trágico, sirve al
hombre, es su abismo, su duelo con la vida, su incompatibilidad embriagadora,
así como la poesía lee la realidad a contrapelo y nos hace vislumbrar hasta el
polvo de los huesos, disciplina los ojos que suelen distraerse de la gravedad y
el misterio de la vida y percibe lo real, luz negra, luz ácida que pulveriza el
mundo. Lo trágico y la poesía se hermanan en una brutal zona de
desacomodamiento
El vacío de sentido expone el sin-sentido de
querer soslayar el dolor de la vida pero lo que hay de trágico en el hombre es
simplemente su cualidad de ser. El sentido trágico de la existencia es ni más
ni menos que la medida incontestable del ser humano, su estatura, y la poesía le da voz a esa ausencia de sentido que es el
alimento eterno de los hambrientos incumplidos de absoluto. El poema asoma en
el vilo del mundo que se ha vuelto demasiado. Mientras el lenguaje dibuja la
realidad, la poesía la borra, desbaratando la mirada simplificadora de la
costumbre y reduciendo a escombros la falsa claridad que nos sostiene, destruyendo toda la significación
que nos inventamos y rescatando así la honestidad del lenguaje
Atravesamos puentes entre escrituras desde un
lugar excéntrico. Somos paradojas, intervalos discontinuos, gestos suspendidos
y perplejos en el tiempo untado de conceptos para explicar la realidad,
mientras en la poesía resplandece la verdadera continuidad de todo lo que
existe, la raíz eterna de las cosas
Solo la poesía puede regresarnos al soliloquio del alma
2016