Nuestro lenguaje habita sobre aquello que está antes de lo que nos diferencia de los demás, comienza en la frontera entre el mundo y la palabra, en el murmullo anónimo, en un balbuceo impronunciable, en el no- comienzo del lenguaje donde hallarán su lugar todos los sujetos, los yoes, los significantes, y se alojará todo lo que haya qué decir sobre el mundo
Hay palabras que devoran el mundo, no lo nombran, se apoderan de él, lo cristalizan, y hay palabras que respetan el secreto de las cosas y las devuelven a la tierra, se ponen en consonancia con la necesidad de recuperación permanente del habla de las cosas mismas. El lenguaje deja de ser así comunicación para ser mostración, irradiación. Las cosas no están escritas, apenas están ahí en perpetua creación, como las raíces y las flores, el amanecer y las espinas, infinitas, un continuo aparecer, el gestarse constante del mundo, lo real que nunca acaba de constituirse
Hay un lugar de ambigüedad en la escritura y es allí donde la inseguridad del pensamiento, su hálito improvisado, refleja el ir vacilante de la misma realidad, un tanteo constante para alojar lo inabarcable, lo real, ese puro acontecer, por eso escribir es devenir intensidad, quebrar la continuidad, abrir espacios, plantar abismos, abrir sendas a la alteridad
La escritura se reconoce en la anarquía propia del espíritu desprendida de la letra acomodada del decir anterior, es la incrustación no voluntaria de lo heterogéneo en lo homogéneo y es allí donde lo que damos por real se despeña, un apartarse del ruido del mundo, un exilio en la tierra baldía del yo, un aislamiento ontológico, un quebranto de todo lo anterior, un espacio de cara a cielo abierto donde acoger lo imprevisto, la captura de un destello, lo que puede perderse solo a condición de perderse, un decir que no esconda ni revele sino que signifique y al mismo tiempo no-signifique, partiendo de las palabras casi al borde de su mudez, un decir que se aloje entre la presencia y la ausencia para que lo real respire bajo la piel de la palabra, desenterrando del fondo del cráneo una construcción fuera del tiempo de los hombres, poderosa e inalcanzable
Hay quienes transitan una zona de incomodidad, como una perplejidad permanente, y son los que consideran que el ejercicio sagrado de la vida y el derecho a la propia experiencia les ha sido arrebatado
El hombre necesita mirar en sus abismos ya que lo real trasciende cuando deja de ser lo cierto y consolidado, cuando no busca respaldo en la obviedad, cuando salta por encima de la trivialidad, por eso este ser hombre hoycircula por el mundo con su experiencia disgregada entre los fragmentos y el caos de las urbes, sin pertenecer y sin poder dejar de estar, un entre como un ojo que ve las sombras de la época y que requiere una reflexión crítica radical que nos devele cómo y por qué llegamos a este punto, una reflexión intempestiva propia del verdadero contemporáneo
En el pasado filosófico remoto, se consideró “hombre” la articulación cuerpo/ alma, res cogitans / res extensa, hoy en cambio hay que ¿acostumbrarse? a pensarlo como un ser partido, quebrado, olvidar el misterio de todo lo que implicaba esa unión y abocarse a explorar su separación - resultado de los dispositivos biopolíticos que emanan de las estrategias de quienes gobiernan y escinden la vida en lo inescindible.
El cualsea, no el “hombre común” (Rancière) - todos son iguales en esencia – siente en su oscura intimidad que algo ha perdido, sin poder identificar que es su alma la que ha fugado detrás de los objetivos autoimpuestos, secuelas de los mandatos de poder camuflados en intentos de realizarse como persona, y que conducen inevitablemente a perderla. Así, se va gestando una nueva subjetividad, la identidad se va desprendiendo de su valor social para restringirse al plano biológico donde predomina el Yo, lo personal, lo propio. Pero hay otra instancia a la que se ha tratado de silenciar, lo impersonal, que apunta a lo que precede y excede al sujeto, a su singularidad. El hombre debe abrir espacio y no puede pensarse desde sí si no abandona ese sí. De ahí la necesidad de deconstruir el ícono de la modernidad
El hombre no retrocede para tratar de recuperar algo que intuitivamente ubica en el pasado, no puede o no quiere poder, solo aspira a que ese mundo que lo rodea también le pertenezca aunque la realidad es que es él quien le pertenece
Esa reducción del hombre a nuda vida es el proyecto de base de la identidad que el Estado requiere para sus ciudadanos. Hay un vínculo insoslayable entre la nuda vida y la violencia jurídica. Se impone un desafío de las viejas categorías para pensar lo humano, el vínculo entre el poder y el gobierno, y, para sentar las bases de una política donde ya no haya nuda vida sino forma-de-vida y en la que el humano sea pura posibilidad y no un “culpable” de la mera vida natural: la política debe ser el lugar en el que el vivir debe transformarse en el vivir bien
El hombre se constituye como persona a través del reconocimiento que la sociedad le rinde a su personalidad, o sea, a su máscara, su principal objetivo, muy lejos de esa otra vía, la de acceso a lo desconocido, a lo - no - social de la identidad y de lo real, al deseo de no ser reconocido, o sea, a todo lo que se obra para volverse impersonal. Es necesario no caer en la despersonalización, esa reducción a nuda vida que el “hacerse persona” conlleva pero tampoco negar su valor y reconducir la vida a su unidad perdida
Las viejas identidades parecen idas y sin posibilidad de retornar a su condición precedente para poder pensar una nueva ética, para recuperar lo político de otro modo, no obstante hay algo que persiste al margen de la cultura del consumo desde donde es posible un nuevo comienzo,
una “zona ártica”, una zona imperceptible de indeterminación, un absoluto local desde donde el hombre puede pensar de otro modo, vivir de otro modo,
una práctica por la que se introduce una discontinuidad en la aparente linealidad de la vida, que desbarata el tiempo, lo saca de su quicio y problematiza aquello que somos o queremos ser desarmando las ficciones en que vivimos
El pensamiento como potencia es lo que el poder intenta utilizar para sus objetivos espurios y el único modo de reducir ese poder sería restringir al sujeto haciendo que devenga impersonal como un recurso que evite la despersonalización
Solo lo impersonal abre a la creación, a la novedad
Ser desconocido, devenir imperceptible, indiscernible, impersonal, es lo que libera las singularidades, las diferencias más elevadas: un cambio de atmósfera, un temblor, una turbación en el espacio, son las singularidades de lo impersonal, incluso lo pre - individual
La escritura no expresa a quien escribe sino solo desapropiándolo, indicio del extrañamiento de sí mismo desde donde resuenan las otras voces
El hombre no es solamente YO y conciencia individual sino que desde el nacimiento hasta la muerte convive con un elemento impersonal y pre - individual, Genius, (Agamben) nuestra vida en tanto no nos pertenece
Se escribe para devenir impersonal, para devenir geniales, sin embargo, escribiendo nos individuamos como autores, nos alejamos de Genius que no puede jamás asumir la forma de un Yo y tanto menos de un autor
La forma personal es impotente por sí misma para alcanzar una experiencia singular a la que aspira. Lo impersonal nos transporta del relato subjetivo, de la anécdota, del recuerdo, del demasiado cerca al acontecimiento en su fulgor y sentido propios. Se desarraiga de las circunstancias y apunta a lo imperecedero
La escritura no reenvía a una voz única. Quien habla es un “cualsea”. De todos modos el tono respira un cierto aliento de retirada, de abandono, y que sin ser la voz del escritor es el velo de silencio que le impone a la palabra lo que provoca que sea también su silencio, ya que es una manera de interrumpir la palabra que nunca se interrumpe
Es una invitación a quebrar, a fragmentar, y a estrenar los ojos para recomponer de otro modo lo previamente desarticulado, a desandar la textura lisa de la falsa igualdad de un mundo edificado sobre la desigualdad, a pensar del lado del disenso para arrancarse de la revalidación de un orden conveniente de sentido único que se siente natural, como una forma inconsciente de refugiarse en el respirar de ese orden instalado de la sociedad, de hermanarse en una especie de farsa en la que nos reflejamos, con la que acordamos, que nos acompaña y nos consuela.
Esa ilusión es parte de un largo proceso de adiestramiento que nos ha acostumbrado a percibir como natural el lugar de poder de algunos hombres sobre otros que aparentemente los hace idóneos para explicarles el porqué de la debacle del mundo, de su incultura, explicación que es una forma más de lo mismo bajo la custodia de un saber de autoridad que demuestra que quienes se habían propuesto cambiar el mundo han caído en la trampa del otro orden que no ha hecho más que erosionar sus teorías
Es una invitación a desandar la comodidad de las teorías que sí quieren ser escuchadas, las explicaciones tranquilizadoras del mundo, y a darnos la vuelta hacia territorios menos placenteros de sinuosidades desconocidas e inquietantes
Una invitación a distanciarse de sí, a vivirse en la incomodidad de un desacuerdo consigo mismo que lave las retinas de lo acostumbrado de los ojos de quienes renunciaron a mirar y que solo ven bajo la indiferencia del hábito de lo ya establecido, de la negligencia de no reflexionar
Un pensamiento como espacio político del disenso, como perturbación de un poder que organiza y perpetúa las divisiones sociales, que asigna funciones y congela roles e identidades, que halla sus razones en la exclusión de un “múltiple”, alterando las jerarquías en torno al “uno”. Por eso la política no puede existir sino como un acto de interrupción, de desregulación o de fractura que disuelva la concepción elaborada por los que detentan el poder y que consideran a la comunidad tan solo como la suma de sus partes, una política que se interese por el análisis de la distribución de los espacios, los tiempos y las prácticas que han conducido a ese estado de cosas
Un pensamiento que se erige sobre la propia dificultad de la política, empezando por aquellos que dividen y distribuyen y dirimen las cuestiones sobre quién es competente y quién no lo es. Una puesta en crisis de la parte de los sin – parte y una afirmación de la igualdad por la cual cada uno se considera igual al otro y considera al otro como igual a sí mismo y que deviene punto de partida como una condición que nos habita, a la que lo hombres podemos recurrir para interrumpir la desigualdad
La emancipación del espíritu respecto de su condición como mera vida o como vida desnuda depende del despegue del hombre de su apego a la representación del dispositivo categorial que lo determina, de la violencia por medio de la cual la potencia del ser traspasa el discurso categorial que lo aprisiona. Emanciparse sería una forma de inventar otra forma de habitar todos juntos el mundo sensible en medio del mismo curso del tiempo
El hombre se deja desviar de su destinación natural por el poder de las palabras y lo que a este orden le interesa no es que el hombre despierte, que piense libremente, que deje vagar sus pensamientos que potencie sus talentos y capacidades sino que siga creyendo en sus límites, en su incapacidad, y así sostener y justificar el mismo orden de cosas
Pero quién es el incapaz?
el que debe resignar lo que piensa? el que debe resignarse a no pensar? O el que se olvidó que la huella del hombre primitivo perdura en todos y cada uno de los seres, que el ejercicio de la virtud primera de nuestra inteligencia, la virtud poética, actúa sin que el hombre la reconozca del todo, entrelazando redes de significado sobre las que inconscientemente se desliza como el único espacio que aún le brinda un sentido. Es justamente porque no puede decir la verdad a pesar de sentirla que habla como poeta, narra las aventuras de su espíritu y sabe que los demás lo comparten (Aguas rancierianas)
Abril 21 de 2025