Ese a veces triste y anodino pasar de los días, lugar por excelencia de las evidencias más naturalizadas de nuestra existencia, de todo lo que es vivido como normal e indiscutible, de los prejuicio y las evidencias, de lo cierto y lo seguro, suelo inadvertido que nos sostiene cuando cruzamos la vida , eso es lo cotidiano
Representa el dominio de la apariencia consensuada, un pretexto inmenso –tan inmenso como la vida cotidiana misma que todo el mundo sigue más o menos, en una especie de ceguera práctica, pero que, para algunos remite a una incapacidad de aceptar el mundo según su curso con su apego trivial a las pequeñas cosas, su ajetreo superficial que impide toda reflexión y sus cuidados prácticos que monopolizan lo serio de la vida
Así se pone en duda el carácter natural de la realidad; esta apariencia simple y práctica que bastaría seguir para orientarse sin problemas en el mundo. Pero, para aquel que va al fondo de las cosas, nada es verdaderamente evidente, todo le es de suyo sospechoso, problemático; y es justamente la ausencia de problematicidad de la vida cotidiana lo que crea toda la dificultad de aprehenderla y por eso ha predominado el verla bajo el aspecto de la banalidad servil, ya que el mundo cotidiano se encuentra enteramente sumergido en las evidencias superficiales y engañosas, en los valores relativos del interés práctico, en la visión limitada de una vida sometida a las necesidades
El aspecto reiterativo de los actos que engendran la rutina va conformando poco a poco un cierto estilo de vida cuyo aspecto mecánico y automático le va restando significado genuino y trascendente a las cosas. Es un sistema de vida compulsiva que puede dar la impresión algunas veces de la carencia de sentido de la realidad cotidiana que se constituye a sí misma en criterio de verdad y de valor. Todo se asimila a la lógica de las apariencias y del sentido común: de lo “normal” que se convierte en lo cotidiano, en eldejar -ser-de la realidad donde se vive lo más profundo de nuestros deseos y proyectos, aunque, a su vez, allí, en la incertidumbre, la superficialidad y la insignificancia del transcurrir diario se oculta y se pierde lo mejor de nuestra vida, ya que, instalados en un mundo ya hecho, perdimos la conciencia crítica de nuestra propia cotidianidad Así, se ha tomado la apariencia como la verdad de lo cotidiano que representa el dominio exclusivo de lo insignificante - no de lo in-significante
Lo que es necesario pensar es la función disimuladora de las evidencias de la vida corriente. La tarea de la filosofía de lo cotidiano pasa necesariamente por la elucidación de la dimensión del engaño que le es constitutiva. En cierta medida, lo cotidiano tiene todo el interés en aparecer “desapareciendo” como ese dominio sin atractivo de las actividades prácticas y de las certidumbres superficiales, donde reinan los grises, el silencio y las opacidades
Vestida así, con las imágenes de la rutina y de la mediocridad, puede ella proseguir camuflada incluso si se despliega a la vista de todos. Es la conspiración a plena luz, aquella que tiene éxito precisamente porque se disimula en la misma evidencia. Lo cotidiano aparece con toda su fuerza cuando se rompe la falsa continuidad que nos creamos y que nos ampara. La discontinuidad es eso que irrumpe en medio de la continuidad y es lo que brota y fluye de la propia vida, como una sorpresa, algo imprevisto y que espera de nosotros la verdadera creación. Es el gran acontecimiento que sorprende la calma de la solapada rutina y demuele las nociones ilusorias de representación, realidad e identidad
La vida cotidiana no es un simple estado de cosas claro y transparente: sino esa presencia repetitiva, omnipresente, de la satisfacción de las necesidades elementales a través del sesgo de actividades comunes, un tejido de relaciones y representaciones que nos aferran a la existencia de muchas maneras y que nos impiden la captación de un horizonte
En su fondo, ella emerge de lo oculto que permite la adaptación primera del hombre a un mundo desconocido y amenazante. Por tanto, es el enigma de la cotidianidad lo que hay que interrogar, la sólida estructura del discurso contenedor donde nos apoyamos a lo largo de los días, solo un andamio
Se trata entonces, primeramente, de algo dado: aquello que se repite todos los días. Es verdad que, a la larga, todo lo que es cotidiano se vuelve familiar y ordinario, incluso banal. Pero se trata entonces de efectos secundarios de la experiencia cotidiana, no de sus causas primeras, reside más bien en la génesis de esta manifestación, quizá en una meditación sabia y poética sobre las cosas ordinarias. Se trata de retornar hacia las condiciones de posibilidad existenciales que, en el origen, permitieron la emergencia de una relación cotidiana con el mundo circundante en el uso de las cosas y de las palabras, en los comportamientos habituales
El descubrimiento de lo cotidiano implica primero un trabajo de desencubrimiento: es preciso quitar la película de evidencia que va de suyo de lo cotidiano para alcanzar la cotidianidad misma
El mundo de la vida corriente es, en efecto, continuamente recubierto a la vez por diversas construcciones sociales que provienen de dominios extra cotidianos como la religión, el arte, la ciencia, la política, la economía, pero también por su propia simplicidad que lo hace desaparecer bajo su evidencia plana, pues, si su presencia es inmediata y universal, está en todas partes, colma los intersticios de la vida humana como la materia primera que ocupa todo el espacio y el tiempo. Lo cotidiano no está en parte alguna, o, más exactamente, no se sabe dónde buscarlo y por dónde comenzar para ponerse en camino de su descubrimiento, teniendo en cuenta que lo cotidiano no es algo en particular, ya que no está ni aquí ni allá, ni es una cualidad de las cosas porque no es una propiedad objetiva, sino un modo de ser y, sobre todo, la producción invisible de este modo de ser-en-el-mundo
Por lo tanto, lo cotidiano es lo que se cotidianiza. Lo primero que nos indica la aproximación genética del mundo cotidiano es que este no es primero, que este presupone un estado no cotidiano de nuestra existencia. Es preciso darse cuenta de que la situación original del hombre en el mundo no puede ser desde el comienzo un juego cotidiano; por el contrario, aquella se caracterizaba por un estado confuso en el cual el hombre se sentiría enseguida como extranjero en un medio ilimitado y desconocido. El ser-en-el-mundo, que nos define principalmente, más que cualquier otra determinación antropológica, como éxtasis existencial, como salida fuera de sí primera e indefectible, expresa una inquietud original debida a nuestra confrontación con un mundo infinito, para la cual nada nos prepara
Así, el simple hecho de existir provoca en nosotros un temor por lo indeterminado, una suerte de miedo difuso y tenaz por todo lo que podría sucedernos y que, a falta precisamente de una experiencia cotidiana que lo predetermine y le extraiga su dosis de inseguridad, no podemos aprehenderlo anticipándolo a partir de lo que ya hemos vivido. Tal es nuestra situación existencial original: la proyección violenta en un mundo sin medida común con nosotros, nuestro cuerpo, nuestra conciencia, nuestros afectos; un mundo hostil, extraño, problemático
Es un verse de pronto existiendo, instalado ya en un mundo hecho sin poder desentenderse de la propia vida y dejarla de lado como algo accesorio Es este el aspecto fundamental de la existencia que la analítica existencial de Heidegger pone delante:
El Dasein se singulariza por el hecho de que es estar-en-el-mundo. Este estar-en reviste la modalidad existencial del no-estar-en-casa Este término no significa otra cosa que extranjeridad
Para nosotros, esta inquietud original expresa esencialmente esa inadaptación, el desacuerdo sensible entre hombre y mundo. Ella brota de nuestra experiencia de este mundo original, de su apertura ilimitada, de su contingencia absoluta, de su ser incierto y frágil, de su halo de amenazas e imprevistos, de todo lo que, en él, pone en duda nuestra propia perseverancia. Es esta extranjeridad, el hecho de no vivir desde el comienzo en un acuerdo familiar y cómplice con el mundo, lo que crea la extrañeza y la irrupción de lo imprevisible desbarata todo de golpe y se abre el abismo con su arsenal de temerarias posibilidades. En estas circunstancias el acontecimiento sería el vacío seguido por la increíble frustración de no ver llegar lo acostumbrado
Ese estremecimiento de lo cotidiano - cuando de insignificante pasa a ser significante - resquebraja la estabilidad y se desliza en una monotonía casi añorada y reemplazada por una incerteza desestabilizante
Por nuestro nacimiento, somos introducidos en un lugar inhospitalario sin referencia ni refugio. El mundo original no nos dice nada, no significa nada de lo que comprendemos espontáneamente. Es el revés de toda familiaridad natural, lo no-en-casa absoluto. Esta condición original es propiamente insoportable, y no puede durar sin poner en peligro al hombre y volverse obstáculo para su perpetuación. Con el fin de existir, el existente debe, de un cierto modo, salir del estado original de la trascendencia pura en el mundo
La existencia misma no es por tanto simple apertura al mundo, sino también voluntad de perseverar en el mundo. Todos los hombres, cualquiera sea el grado de su desarrollo cultural, aspiran a una cierta forma de coherencia, de continuidad y, por lo mismo, de certidumbre en su relación con el mundo. Y es por ello que todos poseen, sin excepción, un mundo cotidiano; este sustituto artificial del medio natural deficiente, donde pueden dedicarse con toda “tranquilidad” a sus ocupaciones ordinarias y perseverar así en el ser sin temor a ser asaltados en cada instante por los estados angustiosos de la indeterminación original de su condición
La posibilidad de la quietud cotidiana se compra al precio de la disolución gradual pero irreversible de la inquietud original
Uno de los fundamentos de la cultura humana se caracteriza, por tanto, por la formación de un mundo cotidiano que tiene por misión principal atenuar el temor de la trascendencia misma de la existencia. Es gracias a este proceso que el hombre puede salir del estado de incertidumbre inicial, fuente de temores, de miedos y vacilaciones
La cultura material, aquella que es en todo momento utilizada y movilizada en la vida cotidiana persigue la reabsorción de la contingencia esencial de la condición humana
De modo que hay en el hombre una tendencia profunda a la seguridad que satisface la vida cotidiana que implica, en efecto, la producción de un mundo circundante cierto, seguro, familiar. Ella re configura el mundo abierto e ilimitado con el fin de convertirlo en un lugar permanente de acogida
La cotidianización: es la fuerza formadora de la humanidad inacabada que aspira, más allá de sus temores, a la producción de un medio de vida seguro, estable y durable. Si la inquietud original proviene de la experiencia del mundo desconocido, la familiaridad cotidiana, reposa sobre el cimiento previo de un mundo bien conocido, delimitado, tipificado. Por la fabricación de este entorno cotidiano, el hombre escapa de algún modo del miedo original produciendo él mismo una armonía natural y evidente con el mundo. El mundo cotidiano no es otra cosa que el producto de su necesidad de seguridad, el área del auxilio mutuo y de la confianza reencontradas: son los espejos de la certidumbre transfigurada
Puesto que el hombre no posee en su estado original esa armonía, el hombre está obligado a producirla artificialmente. Lo cotidiano expresa, entonces, esta formación sustitutiva que asegura al hombre en el mundo una cierta comodidad; es el mundo del confort, el ‘pequeño ritmo de la vida’ que procura lo esencial y garantiza una cierta continuidad tranquila de la existencia. Con el fin de producir esta certidumbre común que aspira a volverse transparente y evidente, lo cotidiano se adosa a ciertas regularidades naturales o artificiales. Más que cualquier otro fenómeno, el retorno de lo mismo procura la seguridad continua que lo cotidiano busca
La cotidianización constituye un proceso invisible que tiende a enmascarar la inquietud original del hombre en el mundo tras el aseguramiento tranquilo de una relación con su entorno
La aparente banalidad de lo cotidiano concluye el trabajo curativo de cotidianización, borrando el conflicto subyacente entre lo familiar y lo extraño que lo funda. Entre la amenaza de la inquietud original y el malestar de la rutina, la vida cotidiana opta siempre por la segunda posibilidad. No es sorprendente que los hombres se inclinen más, en general, a depreciar su propia vida cotidiana que a prescindir de ella y enfrentar así la trascendencia terrible de su existencia
Lo cotidiano es una instancia siempre abierta, pura posibilidad de cambio. Cualquier acontecimiento puede ser una grieta que deslegitime la rutina encargada de enmascarar lo desconocido, pues es la rutina misma la que a veces se quiebra
Ese eterno discurrir de nuestra vida diaria, opuesto en su densidad a la vida crítica y la profundidad de todos los procesos, puede ser el punto inicial de la mediación hacia un encuentro fundamental con la realidad. Lo cotidiano se orienta a una reafirmación de lo existente por la sobre determinación de fuerzas sociales que orientan su perpetuación
La vida se las arregla para transgredir los límites que ella misma se impone, así el rodar cotidiano es una reiterada transgresión de aquella rutina que él mismo secreta
Todo esto nos muestra que la banalidad no es una fatalidad patética de lo cotidiano, el lento deslizarse en el aburrimienfo, sino más bien a menudo su instrumento, el medio sutil por el cual acentúa su trabajo de familiarización y de disimulación de nuestro ser-en-el-mundo original. Este ardid no es otra cosa que lo que llamamos la magia gris de lo cotidiano, ese poder de hechizamiento de los hombres ordinarios que los vincula a su entorno familiar por una suerte de lazo invisible y casi natural. La rutina es una secuencia inmóvil de lo mismo, pauta una vida cotidiana sin sentido y engendra el aburrimiento, la monotonía, la larga duración de lo igual, donde el individuo se encuentra frente al ser que se le sustrae, arrojado, perdido, con esa indiferencia por las cosas que lo muestra tal cual es
Pero el hastío es la posibilidad de edificar la lucidez de la conciencia, la ruptura con la costumbre como textura de la agonía con la homogeneización de los valores que colonizan la realidad
Es sorprendente constatar esta distancia entre lo primordial de la vida cotidiana para nuestra existencia y su devaluación continua en los discursos ordinarios y teóricos, como si el hombre experimentase una suerte de resentimiento al respecto.
Ahora bien, lo cotidiano constituye sin duda el elemento más poderoso de la existencia humana, aquel que funda la contención misma de toda vida. En tanto que asentamiento mudo de toda experiencia, lo cotidiano posee una densidad genética notable, una gran estabilidad y tenacidad y una enorme resistencia. Se trata de un suelo de experiencia, formado de manera lenta pero segura por la acumulación auto consolidante de los mismos hechos, hábitos y costumbres. Lo cotidiano representa lo que queda cuando todo ha sido destruido, o puesto en cuestión. Cuando todo está perdido, cuando todo se ha desplomado, permanece el fundamento cotidiano de la existencia. Después de cada catástrofe natural o social, la vida cotidiana retoma inexorablemente su curso. La vida humana es ante todo -y esta precedencia no es sólo cronológica, tiene también un valor eminentemente ontológico - una vida cotidiana. Esta última pudo haber sido desbaratada por la destrucción de sus condiciones espacio-temporales, pero, al final, ella se reconstituye como si nada hubiera pasado, como un miembro desgarrado que vuelve a regenerarse con más fuerza
Si el poder humano reside en la capacidad para sobrevivir a todos y a todo, entonces el poder de los poderes tiene por nombre cotidianidad. Es la fuerza misma de la experiencia la que obliga a todo comportamiento humano a seguir su ley, el despliegue inmemorial de una lógica arcaica de la familiarización del mundo que reina universalmente, y a la que no es posible sustraerse más que en raras ocasiones
Es cotidiano aquello que subsiste al fin de la experiencia humana, cuando todas sus otras expresiones posibles han desaparecido. Es el mínimum vital
Es muy difícil modificar la vida cotidiana, puesto que, en virtud de su densidad genética, ella resiste a todas las modas e impone en largos términos su normalidad. Pero la potencia de lo cotidiano es una potencia desmenuzable. En cada momento, un acontecimiento singular puede abrir una brecha en su forma sólida y constante, reintroduciendo así la inquietud original que ella consideraba haber erradicado
No se debe olvidar que la vida cotidiana es un proceso dialéctico que consiste en articular conjuntamente la familiaridad y la extrañeza, en producir un cierto equilibrio. Lo cotidiano es más que aquello que es cotidianizado, pues de alguna manera, a pesar de sus resistencias, está siempre abierto a la extranjeridad que le desordena y que busca enmascarar
De manera que es necesario concebir la vida cotidiana como el esfuerzo sin cesar renovado de crear un cierto equilibrio entre la familiaridad y la extrañeza, de instaurar un justo medio entre la comodidad de las actividades familiares y la excitación producida por la intrusión de lo nuevo y extraño
Toda vida cotidiana participa a la vez de lo familiar y de lo extranjero, por lo cual no puede ser comprendida exclusivamente bajo lo uno o lo otro. Es más bien la vicisitud misma, a saber,
la oscilación constante entre los contrarios sin resolución final alguna y pacificadora, por tanto del conflicto subterráneo e invisible de la seguridad familiar del medio y de la inquietante extranjeridad del mundo
En definitiva, de lo que se trata es de la vía media de lo cotidiano, el camino más simple y común que los hombres adoptan habitualmente, pero no el menos difícil porque el reino de la inautenticidad se instala fácilmente en el corazón de los hombres
Mayo 5 de 2025